
Participan niños, jóvenes y adultos del pueblo, divididos en dos figuras principales: los diablos
y los toreadores.

Estrella Govea
[San Luis Hoy]
Cada Semana Santa, el municipio de Tanlajás, San Luis Potosí, se transforma durante cinco días con la Toreada Sagrada, una tradición comunitaria donde se enfrentan simbólicamente el bien y el mal. Participan niños, jóvenes y adultos del pueblo, divididos en dos figuras principales: los diablos y los toreadores.
La festividad comienza el miércoles previo al Jueves Santo. Los diablos, cubiertos con máscaras talladas en madera de pemuche, camisas gruesas, harapos y chaparreras, recorren las calles haciendo sonar sus chirriones, látigos de cuero crudo que alcanzan hasta dos metros. Del otro lado, los toreadores armados con palos enfrentan a los diablos en combates rituales que se realizan principalmente en la cancha central del pueblo.
Según relataron los hermanos Roberto Carlos y Manuel Alejandro Mayorga Cruz, la tradición tiene al menos 200 años de historia. Una versión cuenta que en sus orígenes los adultos se disfrazaban de diablos para espantar a los niñas y niños para llevarlos a misa. Con el tiempo, se transformó en una representación del castigo y la redención, en la que el toreador se enfrenta al mal con el fin de purificar sus pecados: “El gesto de torear al diablo es para redimir los pecados, para cubrir esos pecados que uno comete durante el año”, explicó Manuel Alejandro.
La indumentaria del diablo tiene un papel central. Las máscaras son talladas en pemuche, una madera que, al secarse, es ligera y resistente. El uso de esta madera responde también a razones prácticas, ya que los golpes que reciben las máscaras no son tan aturdidores como los que provocaría otro tipo de madera. “Si lo hicieran con cedro, una es muy pesado y otra que el golpe sobre cedro es muy fuerte y lastimaría los oídos del diablo”, detalló Roberto Carlos. Las máscaras pueden representar payasos, vampiros, animales o personajes políticos, pues “el diablo se oculta bajo cualquier rostro”.
En Tanlajás, a diferencia de municipios cercanos como Tancanhuitz, San Antonio o Tampamolón, el enfrentamiento no se acompaña de música ni baile. Mientras en otros lugares hay tamborileros, bailes y mojadas, en Tanlajás la tradición mantiene su carácter de combate directo. “Aquí no es un baile, aquí es un combate”, enfatizó
Roberto Carlos.
La participación de la infancia también ha crecido. Desde 1995 se instauró la figura de los diablitos, una versión infantil de los participantes adultos. Niñas y niños se integran desde los 3 o 4 años, usando sus propias máscaras y chirriones.
Con ello, se asegura la transmisión intergeneracional de la tradición. “Los niños toreadores ya andan con su mascarita, porque es algo que se les está inculcando y lo toman con respeto”, explicaron.
La tradición también tiene sus figuras destacadas. Entre ellas, Carlos Lárraga, Rafael Morales, Edgar Sánchez y Don Tacho Acuña, este último ya fallecido, son reconocidos por su participación y legado dentro de la comunidad. La familia Mayorga continúa involucrada, aunque no todos tallan, algunos, como Roberto Carlos, se dedican a pintar las máscaras. “Yo tengo también dos niños, uno de dos años y otro de cinco, y también ellos ya empiezan poniéndose sus máscaras”, agregó.
La Toreada Sagrada no ha estado exenta de intentos de regulación. Actualmente, se ha centralizado en la cancha municipal y se ha establecido que los chirrionazos deben dirigirse de la cintura hacia abajo.
Cualquiera que entre al área del combate lo hace bajo su propio riesgo. No hay restricciones de género, pero por la fuerza del juego, es rara la participación femenina en los enfrentamientos directos.
La tradición se vive con orgullo por parte de los habitantes de Tanlajás. “Para nosotros es un orgullo vivir la tradición y que se dé a conocer”, concluyó Manuel Alejandro. A través de la familia, la comunidad y el oficio, la Toreada Sagrada se mantiene como una expresión viva del patrimonio cultural en este municipio de la Huasteca potosina.